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Entre el optimismo presupuestario y la realidad estructural: así late la economía argentina



(Por Octavio Chaparro- 18-10-2025)

La Argentina transita una fase económica marcada por lo simultáneo: renovadas expectativas y persistentes rigideces estructurales. Por un lado, el reciente proyecto de presupuesto nacional para 2026 presenta variables ambiciosas —crecimiento estimado, inflación moderada, superávit primario— que parecieran devolver algo de confianza tanto al mercado como al público. Por otro, los vetustos desequilibrios del modelo productivo, la heterogeneidad entre sectores favorecidos por la apertura y los que sufren la competencia importada, y los costos laborales elevados para la región, continúan siendo frenos reales que no desaparecen con un solo año de ajuste. El terreno de juego es complejo: sostener la disciplina fiscal, impulsar la producción y garantizar la viabilidad política son los tres vértices de un triángulo que define el éxito o el fracaso de esta etapa.

En lo presupuestario, la apuesta es clara: se aspira a un superávit primario del orden del 1,5% del PIB para 2026, lo que marcaría un hito después de años de déficits crónicos. Al mismo tiempo, la inflación se proyecta en torno al 10 % anual, comparado con cifras mucho más elevadas de los años precedentes. Este tipo de señales son, sin duda, positivas: muestran que el Gobierno apuesta a recuperar credibilidad, estabilizar precios y reconstruir el marco macroeconómico. Pero aquí entra la cautela: un presupuesto, por bien planteado que esté, no corrige por sí solo los factores de fondo. La economía argentina lleva décadas arrastrando brechas profundas entre lo que se promete y lo que estructuralmente se puede ofrecer.

La divergencia entre sectores es especialmente relevante. Mientras algunos rubros exportadores, de materias primas o de energía (como la explotación de la formación Vaca Muerta) captan nuevas oportunidades, otros sectores industriales se enfrentan a cuellos de botella: competencia externa, costos financieros elevados, logística deficiente. Ese contraste genera una dualidad económica: de un lado, la posibilidad de integrarse globalmente; del otro, la amenaza de que la apertura actúe como expulsora de empleo o de empresas tradicionales, incapaces de adaptarse al nuevo escenario. En este marco, las políticas de impulsión productiva deben tener una dosis de realismo: no basta con estabilizar precios o reducir déficit, hay que levantar la capacidad competitiva de muchos actores que hoy están al margen.

Un segundo eje de tensión es la sostenibilidad política del modelo. Los ajustes necesarios —ya sean en gasto, en subsidios, en regulación laboral o en apertura comercial— tienden a generar resistencias. Esas resistencias pueden traducirse en bloqueos institucionales, prórrogas presupuestarias, o ajustes incompletos que luego generan pérdida de confianza. Argentina ya conoce esta dinámica: la disciplina fiscal prometida muchas veces se ha diluido frente a urgencias sociales, electorales o coyunturales. Por ello, la educación ciudadana, la transparencia institucional y la comunicación del plan son piezas tan importantes como los números macroeconómicos. Un presupuesto creíble pero sin respaldo social puede quedarse en letra muerta.

Otra luz de atención proviene de los apoyos externos. La recuperación de relaciones con organismos internacionales, la posibilidad de líneas de crédito o swaps monetarios, pueden ofrecer oxígeno inmediato. Pero esos apoyos también conllevan sus riesgos: generan dependencia, condicionamientos y pueden que desplacen la urgencia de reformas profundas por soluciones externas. Además, el mero hecho de contar con recursos no elimina la necesidad de eficacia en su uso. En ese sentido, la clave no está sólo en recibir recursos, sino en emplearlos en fortalecer infraestructura, educación, tecnología, capital humano, en vez de sólo cubrir déficit de corto plazo.

De cara a 2026, la economía argentina se encuentra por tanto en una encrucijada de tres ramales: continuar dependiendo de las expectativas que abre el buen ánimo presupuestario, reforzar de forma creíble las reformas estructurales, o sucumbir al desgaste de promesas incumplidas y ajustes superficiales. Si se elige el primer ramal sin apuntalar el segundo, probablemente el resultado sea una ampliación de brechas: la inflación puede volver a acelerarse, el crecimiento quedarse por debajo de lo proyectado, y el empleo no materializarse como se necesita. La historia del país da testimonio de ello: ciclos de euforia que desembocaron en frustración porque la transformación estructural nunca llegó.

Por el contrario, si se logra combinar disciplina fiscal, apertura inteligente y refuerzo de lo productivo, Argentina podría reavivar un crecimiento más sólido y más inclusivo. Para ello deben conjugarse varias condiciones:

  • Que los costos laborales y regulatorios se ajusten al nivel de productividad real.

  • Que la apertura comercial esté acompañada de políticas para que los sectores menos competitivos puedan reconvertirse, y no solo desaparecer.

  • Que el Estado ejerza su rol de facilitador, no como lastre, y oriente recursos hacia innovación, logística, formación.

  • Que la sociedad perciba que el sacrificio tiene una contraparte tangible, evitando la sensación de que solo una minoría se beneficie mientras muchos otros pierden terreno.

La mirada hacia 2026 no puede limitarse a los números del presupuesto: debe extenderse al tejido productivo, al empleo real, a la reducción de desigualdades territoriales y sectoriales. Un crecimiento del 5 % proyectado puede tener mucho brillo en la estadística, pero si se concentra en pocos sectores o no genera empleo suficiente, la percepción será adversa, las expectativas se alterarán y la credibilidad volverá a flaquear. Y en el fondo, la arquitectura política del plan debe ser fuerte: sin mayoría legislativa, sin respaldo social, sin instrumentos de implementación, un marco presupuestario sólido puede quedar en papel mojado.

En definitiva, la economía argentina necesita conjugar la promesa y la realidad, la disciplina y la concesión, la apertura y la protección inteligente. El presupuesto 2026 es un paso hacia adelante, pero no el destino. La prueba estará en la ejecución, en la articulación entre diversos intereses y actores, y en la capacidad de transformar expectativas en resultados tangibles. Si ese puente se construye, Argentina podrá cambiar su ciclo permanente de arranque y frenazo. Si no, volverá a vivir el desencanto justo en el momento en que las cifras prometían otra cosa.